Desde 2015 he tenido la oportunidad de ofrecer formación a diversos grupos y personas. Aunque desde fuera puede parecer un trabajo difícil, no comparto la misma opinión.
Eso no significa que sea un trabajo ideal y bonito, ya que hay veces en que la persona que tienes enfrente, o la situación, se puede torcer. La clave está en mirar esa situación como un reto. Tener claro que es posible aprender de todo tipo de situaciones y lo que es más importante, tener claro que todas las personas tienen algo que enseñarnos.
Eso sí, para eso creo que es necesario desarrollar la capacidad empática. Muchas veces ponemos el foco en los contenidos a ofrecer, en cambio, en mi opinión es vital ofrecer un espacio inicial para conocer cómo vienen las personas que se han acercado a la formación y cuáles son sus necesidades reales. Además, durante la sesión formativa es recomendable observar qué es lo que dicen y cómo se comportan. Es muy importante hablar con la(s) persona(s) en cuanto nos demos cuenta que puede(n) estar sintiéndose incómoda(s) y conocer el por qué. Aún así, hay que tener claro que en ciertas ocasiones, por no decir casi siempre, existen factores externos que condicionarán el estado de ánimo de la persona y creo que es necesario aceptarlo y aprender a gestionarlo tratándolo como un factor externo, pero que sí afectará a la formación.
Si llegamos a cuidar todo lo antes mencionado, podremos acercarnos a la persona y además del contenido, podremos ofrecerle aquello que exactamente necesita. Teniendo claro, que muchas veces, más que nuevos contenidos o conocimientos, necesitará competencias trasversales, incluso a veces, cubrir necesidades básicas emocionales.
Una vez creado el clima de confianza, surgen conversaciones donde el alumnado suele convertirse en persona formadora, sin querer, y de manera involuntaria. Gracias a ello, a mí, hoy en día, me encanta lo que hago, ya que nos permite a las dos partes generar un clima donde podemos crecer y mejorar mutuamente.