Cuando hablamos de diseño gráfico a veces pensamos en algo ligero y rápido de ejecutar. Algo moderno, que con tan solo coger una plantilla de Google y cambiar los textos tenga un buen resultado. En realidad cualquier persona tiene una parte de diseñador/a.
¿Pero qué ocurre si queremos crear un diseño diferente y creativo, y dar sobre todo sentido a lo que el cliente nos ha pedido?
El proceso empieza cuando miras a los ojos al blanco de la pantalla, coger el toro por los cuernos y empezar a trazar, por ejemplo, una línea.
Esa línea puede tener diferentes grosores, la altura exacta te dirá si el efecto visual conseguido transmite lo que quieres o no. A veces necesitas usar algún color, ¿rojo quizás, o es muy agresivo? ¿rosa chicle? ¿o el azul es demasiado amable para ese diseño en concreto? ¿Qué tipografía usarás, informal? ¿o mejor una tipografía seria, o histórica…?
Pasa un fantasma de lado a lado traspasando paredes, y se te ha nublado la vista por un segundo. Has parado. Estás pensativo/a. Te tomas un café.
Puedes empezar de nuevo con otra línea, esta vez centrándote más en el vacío que se crea en torno a ella. Porque diseñar es saber ver los espacios y dar sentido a los pesos de diferentes cuerpos que se han creado.
Y vuelve el fantasma, ahora atravesando el techo hasta el suelo, y te ha hecho parar. Te acercas a la ventana, miras el paisaje. ¿Otro café?
De repente te apabullan un montón de ideas en tu mente, y el baile sin fin de ellas te lleva a pensar si serás capaz de plasmar con líneas, colores y espacios algo ordenado y con sentido.
Te haces consciente de que el secreto está en no parar, porque así el fantasma desaparece. ¡Así que acción!
Y entras en un nuevo universo, se presentan todas las ideas que has tenido durante toda la semana, lo que viste e inspiró el mes pasado, pero que ahora tienen sentido y se unen unas con otras. Te sientes como el ciclista que pedalea sin cesar y rueda rápidamente por la carretera. Te sientes especial. Como si una varita mágica te hubiera tocado, ¡ahora ves más que nunca! Estás jugando con el vacío, formas, colores y espacios. Entras cada vez más y más hacia dentro, y más y más. Hasta sentirte parte de ella, y perder la noción del tiempo y las horas se conviertan en segundos. Y entonces te levantas, miras la pantalla varias veces, mueves la cabeza hacia la derecha, luego hacia la izquierda…
Y de repente, el fantasma, que te mira fijamente, te despierta. Y aunque ya tienes los cuatro o cinco diseños preparados, puede pasar, que quizás, solo quizás, te entren dudas del trabajo que has hecho. No con respecto a ti, sino con respecto al cliente. ¿transmite lo que el cliente quiere que transmita? ¿entenderá lo que he querido plasmar aquí? ¿Le gustará?
Y el fantasma, que es un viejo amigo tuyo, se sienta a tu lado, y junto a él has exportado y enviado el pdf por correo al cliente.
Si el cliente te dice que le ha gustado te sentirás la persona más creativa, más iluminada del universo, y si no le ha gustado te sentirás como un mosquito pisoteado por un elefante. Esa es la cuerda floja del diseñador/a.
Pero lo que sí es seguro, es que si te has adentrado en el proceso del diseño con toda la emoción de crear algo desde la raíz, guste o no guste a los demás no será importante para ti, porque sabes que lo has hecho lo mejor posible, y eso te pertenece.